El origen de la primitiva imagen del Santo Cristo de la Vera Cruz se remonta a los momentos de la fundación de la ciudad pudiendo fecharse en la primera década del siglo dieciséis cuando un barco procedente de América rumbo a Europa hizo escala en el puerto de Las Palmas y debido al mal tiempo de Sur, la nave encalló en la desembocadura del Guiniguada. En previsión de los daños que podría causar aquél naufragio el Concejo de la Isla se incautó de lo que transportaba la nave, entre cuya carga se encontraba un crucificado bajo la advocación de la Vera Cruz, seguramente con destino a algún puerto peninsular.
Parece que la mercadería intervenida se subastó, mientras que la imagen quedó depositada en el corralón municipal hasta su colocación en la ermita construida bajo su advocación. A partir de ese momento se producirá la consiguiente vinculación del Concejo y sus regidores con esta imagen, adoptándola y reconociéndola como patrono de la urbe, en torno a 1525.
La efigie fue realizada con la caña de maíz, siguiendo la técnica de los indios tarascos mejicanos y aunque tosca era bien modelada, teniendo la cabeza cubierta de pelo natural cuyos bucles cayendo sobre el cuello al moverlos el aire producían respetuoso temor.
La imagen fue adquiriendo se extendió rápidamente por la ciudad, impulsada por el propio Ayuntamiento, el Cabildo Catedralicio y la veneración popular. Ello queda patente en una serie de acontecimientos que podrían resumirse de la manera siguiente:
– El 2 de mayo de 1534 se establece un acuerdo capitular del Cabildo Catedralicio de acudir en procesión a la ermita de la Santa Cruz.
– En 1575 se funda la Esclavitud de las Hermanas de la Vera Cruz siendo sus miembros fundadores los propios regidores. En 1752 el prelado Fray Valentín Morán Estrada rehabilitó la reseñada Cofradía quedando vigente hasta la desamortización eclesiástica.
– En 1624 el Consistorio solicita al Obispado declarar como día de precepto la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz el 14 de septiembre, propuesta aceptada por el Cabildo Catedral tal y como se recoge en las actas del 6 de septiembre de dicho año.
– Muchas embarcaciones al pasar frente a la ermita disparaban en honor del Cristo salvas de artillería, recordando de esa manera la llegada milagrosa en barco a las costas grancanarias.
– Entonces era frecuente solicitar la lluvia por medio de plegarias y rogativas, cuando los campos insulares se veían acosados por la sequía, la protección contra las plagas de langosta que llegaron a arruinar por completo la agricultura del Archipiélago, la defensa contra los ataques de piraterías, etc. Por estas causas la vecindad acudía a implorar el auxilio de su Santo Patrono, el Cristo de la Vera Cruz, por lo que era frecuente la estancia de esta imagen en el primer templo de la Diócesis. Igualmente sucedía al quedar vacante la sede episcopal, para que enviasen pronto un buen prelado, en la elección de Papa por la curia romana y al momento en que las reinas de España iban a parir.
– En las venidas de otras imágenes a la Capital, este Cristo salía a despedirlas hasta las mismas puertas que entonces quedaban hacia los altos de las ermitas de San Justo y Pastor y San Nicolás de Bari. Cuando nos visitaba la Concepción de Jinámar, la despedida se efectuaba en la placetilla de los Reyes. Los regidores (hoy concejales), se enorgullecían en llamarse “Esclavos del Señor” y con ropas de seda encarnada asistían en doble hilera a todas sus salidas procesionales.
– Asimismo, y para no ser menos que otras devociones, se regula una Hermandad del Cristo denominada de “Los Flagelantes”.
A finales del siglo XVIII, la imagen se encontraba tan deteriorada que para preservarla de la incuria y de su mal estado, se llegó a darle culto cubierta con un velo de gasa verde.
De esta imagen primitiva del Cristo de la Vera Cruz, sólo se tiene una reproducción considerada tradicionalmente como verdadera: la representada en un lienzo por el pintor lagunero Cristóbal Afonso en el siglo XVIII (Las Palmas, propiedad particular), de aproximadamente 120 x 100 cm., cuyo encargo podría vincularse a Manuel Llarena, o a su familia, en su calidad de patrono de la Orden de San Agustín ante el deterioro que presentaba la imagen por aquel entonces.
Ya casi arruinada, los regidores de la ciudad queriéndola sustituir encargaron al que luego sería insigne imaginero insular, que ya empezaba a despuntar por su magnífico arte, don José Luján Pérez, una nueva talla en 1780.